Doy gracias a Dios por tanta alegría que llena mi casa cada mañana, esas flores que se convierten en manitas y esas estrellas que bajan sus ojos.
Gracias por la experiencia más maravillosa y humanizadora; gracias por tantos minutos de sonrisas y juegos y calor.
Pero aún en un segundo todo cambia de color y con una pequeña caída, mi corazón se rompe en pedazos por no ser lo suficiente rápido o ágil para atraparte antes de que la gravedad y el mareo hicieran su jugada.
Cuando esas gotitas de sangre entre tus deditos llorosos cambiaron el color de tu piel me hicieron retroceder y pensar en lo impotente que podemos ser.